El martirio del Caudillo del sur

“Anótale Robledo, ponle que le reconoceré su rango y hasta lo dejaré que siga mandando a su gente”, dijo con determinación a su fiel ayudante y secretario que le escribía una carta, “pero siempre que se pase de nuestro lado”.

Es una misiva que Emiliano Zapata dirige a principios de 1919 al coronel Jesús Guajardo, para que deje las filas del ejército federal que lo acosa por todos lados.

No lo sabe pero es el inicio de su calvario.

Porque la oferta es interceptada por su taimado jefe inmediato, o sea el siniestro Gral. Pablo González, quien advierte un agujero en la intrincada red que había tejido el elusivo Caudillo del sur para mantenerse fuera de su alcance hasta ese momento

González ha castigado a Guajardo por no cumplir al pie de la letra con sus instrucciones y lo mete a una cárcel preventiva, los espías de Zapata le informan del hecho al jefe sureño, quien razona lo sucedido.

La situación es desesperada para las tropas que comanda.

No tienen muchos pertrechos y municiones, ni armas modernas, tienen pocas aldeas seguras donde puedan pasar la noche, andan a salto de mata y cada vez quedan menos hombres bajo su órdenes, tiene que hacer algo urgente para no desaparecer ya que el cerco se estrecha cada vez más, trata de hacer alianzas con otros jefes levantados en armas de otros lugares, pero no prospera en sus negociaciones y entonces cree ver una oportunidad en el campo enemigo y toma la fatal decisión de ponerse en contacto con el ladino Guajardo, quien aleccionado por González, recibe la orden de emboscar y ejecutar al líder sureño, entonces le contesta que acepta su propuesta, que está de acuerdo en cambiarse de bando.

Pero Zapara, que es muy receloso, le pide pruebas de su lealtad.

Le ordena que atrape y mate a Victorino Bárcena y su gente, ya que ellos habían aceptado la amnistía del gobierno de Carranza y se pasaron a los federales.

Sin titubear Guajardo los detiene y fusila a todos, su sacrificio lo ofrece como prenda de su lealtad al Caudillo, quien cae en el engaño y acepta verse con él.

Así, el 9 de abril Zapata se reúne con su nuevo aliado en Jonacotepec, éste almuerza con él y aprovecha para regalarle un hermoso caballo llamado “el as de oros”.

Platican sobre su acuerdo, Guajardo le informa que tiene a sus tropas listas, con muchas armas y parque que logró traerse a su cuartel para compartirlo, esto es música para los oídos del desesperado general sureño.

Luego de comer de pronto reciben un mensaje de que se han detectado fuerzas federales merodeando por la zona, todos se ponen alertas, Zapata le pide quedarse pero el coronel se niega aduciendo que la comida le cayó pesada y se siente mal del estómago, además considera que lo mejor es que vuelva a su cuartel en Chinameca para cuidar su arsenal para que no caiga en poder de los federales, le dice que allá lo espera para entregárselo.

El razonamiento tiene lógica y Zapata lo deja partir, por una vez su sexto sentido de identificación de los traidores le falla.

Su suerte está echada.

El taimado coronel ha puesto el sebo y la trampa esta puesta.

Temprano el 10 de abril, Zapata se acerca con mucha cautela a Chinameca, envía un mensajero a Guajardo y éste le avisa que todo está listo para recibirlo con todos los honores, pero titubea y se frena en el camino, sube a un lugar elevado conocido como “la piedra encimada” y ahí se detiene a vigilar por si se acerca alguien.

Siempre desconfiado duda, pero no alcanza a comprender que sus enemigos están al acecho dentro de la hacienda, no afuera de ella.

Pasa la mañana y un poco antes de las 2:00 de la tarde, al fin desciende lentamente hacia el casco de la hacienda de Chinameca, con una pequeña escolta siguiéndolo a corta distancia, se acerca y avanza hacia las columnas de soldados, que le hacen una aparente “valla de honor”, inclusive hasta Guajardo lo recibe formado en posición de saludo.

Suena un tambor y luego de 3 toques de clarín cuando llega al dintel de la puerta, entonces la guarnición completa le dispara toda la carga de sus fusiles.

El Caudillo del sur es acribillado y cae al suelo para no levantarse más.

Una vez terminada la despiadada ejecución el desleal Guajardo (quien un año después morirá fusilado por traidor) amarra su cadáver a una camilla y se lo lleva a rastras al cercano parque de Cuautla donde es exhibido públicamente por varias horas, para que no haya dudas de que es él y así todos se enteren de su muerte.

Como sucede con las leyendas, la gente no quiere creer que ha muerto y empiezan a circular los rumores sobre que no es su cadáver, que sigue vivo.

Mientras Pablo González informa al presidente Carranza sobre lo ocurrido y recibe de premio un grado más, mientras que a Guajardo se le asciende a general, suponen que han eliminado la amenaza que representaba el Caudillo del sur.

Ambos se equivocan totalmente.

Ya que 105 años después Emiliano Zapata continua vivo, sus justas demandas han sido atendidas, aunque no satisfechas, por los diversos gobiernos posteriores, todos los campesinos siempre lo recuerdan y muchos más seguimos creyendo en él y en su anhelo de justicia para los que laboran el campo, su lema de “tierra y libertad” sigue vigente, así como su afirmación de que: “la tierra es de quien la trabaja”…

Su memoria y gran ejemplo están grabados para siempre en el corazón y la mente de todos los mexicanos

Por: Antonio Aceves

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