Haim

Haim se levanta muy temprano, aún no amanece y ya está listo para ayudar a su padre en las labores diarias de su pequeña casa que habita en la árida llanura cercana a Jerusalén.

De prisa se dirige a un pequeño establo, junto a su hogar, para alistar a los burros que ayudarán a transportar troncos y ramas de árboles que él y su padre puedan recolectar en el bosquecito situado cerca de ahí y que luego serán vendidos para el sustento diario de su familia.

Los animales de carga ya lo esperan, como si entendieran que la jornada de labores ya empezó, están alineados junto a su plato de alimento, ansiosos de su desayuno y salir al campo para cumplir con su labor diaria.

El jovencito los ve y se dirige a llevarles agua, pasto, ramoneo de hojas y tallos, pero advierte que falta uno de ellos, su consentido aún duerme.

Es un pequeño borrico, que todavía no ha despertado.

“Eh, levántate ya Chico, es tarde, tienes que comer, ya nos vamos pronto” le dice, el animalito se levanta como puede, ya no es joven, y se apresura a desayunar.

Mientras lo hace, Haim le frota sus patas para calentarlas y así pueda andar sin problemas, el niño lo quiere mucho, es su amigo de juegos desde hace mucho.

Finalmente todos terminan su almuerzo y con sus arreos de trabajo parten junto al padre del niño y luego de caminar un rato llegan a la arboleda donde de inmediato comienzan a recoger del suelo todos los pequeños y medianos troncos y palos caídos que suben al lomo de los animales de carga.

El consentido de Haim ya no puede cargar mucho, por su corto tamaño y su edad, inclusive el niño lo ayuda cargando ramas y hasta pequeños troncos.

Luego de varias horas de arduo trabajo van a las afueras de la gran ciudad y venden el cargamento que han recolectado, al terminar con la venta vuelven a su humilde casita y comen satisfechos.

Pasada la hora de la comida, mientras descansan un poco, el padre del niño se le acerca y le dice:

“Es muy evidente que Chico ya no puede cargar lo necesario para que pague sus alimentos, lo siento pero tendré que llevarlo a la ciudad y venderlo”.

“No papá por favor eso no”, le responde su hijo angustiado, “yo lo ayudaré para que no cargue mucho, ya verás que si puedo hacerlo, pero no lo vendas” le pide con lágrimas en los ojos.

“Lo lamento pero no hay alternativa, Chico ya no está para las duras faenas del campo” le señala, “él debe vivir de otra manera haciendo labores menos duras y adecuadas para su tamaño y edad, comprende por favor”.

El jovencito se rinde ante la realidad de la situación y llorando le ruega a su padre:

“Sólo te pido una cosa, deja que yo lo lleve y lo venda a alguien que lo trate bien”.

“De acuerdo, lo llevarás mañana, véndelo por una moneda de plata, trata de volver a más tardar al anochecer” finaliza haciéndole una caricia en la cabeza de su hijo

Esa noche el niño va al establo y como tantas noches pasadas le pone una cobija a su amado consentido y le dice al oído :

“Mañana será un día muy especial, conocerás a un nuevo dueño que te cuidará por mi”

Y luego se queda dormido junto a él.

Al día siguiente y luego de almorzar ambos parten a la ciudad del gran templo de Salomón.

Un guardia pretoriano los recibe en la entrada y luego de preguntar porque quieren entrar, le indica al niño dónde se lo pueden comprar

Llegan al sitio que es una curtidora y cuando Haim descubre lo que hacen ahí sale corriendo por temor a que maten a su querido burrito.

Más adelante trata de venderlo en una subasta de animales y no tiene éxito, y así continua el resto del día buscando a un comprador.

Llega el mediodía, la tarde pasa de prisa y empieza a caer el sol, han caminado todas las calles y no encuentran algún interesado.

Exhaustos descansan sobre el piso empedrado de los múltiples callejones, ven ocultarse el sol, cuando ya casi se dan por vencidos, Haim, que se encuentra con las manos en el rostro tratando de pensar que hacer, oye de pronto una voz :

“Disculpa, me podrías vender tu burrito ???” Le pregunta un hombre maduro, “lo necesito para que cargue a mi joven esposa que está embarazada”.

“¿Lo cuidará bien?” Inquiere el jovencito.

“Me haré cargo de él, tendrá un hogar tranquilo y apacible”, le responde sonriendo el hombre, “solo te puedo ofrecer una moneda de plata”.

“La acepto” le dice animado Haim, que ya se dió cuenta de que el hombre es bondadoso.

Entonces le da la rienda con que trae jalando al borrico y se despide diciéndole:

“Pórtate bien, tu nuevo amo te tratará bien” y añade: “te extrañaré, pero soy feliz sabiendo que vivirás muy bien, adiós Chico”.

El hombre maduro toma la cuerda y se lo lleva mientras el niño los ve partir.

Después de un rato comienza a caminar hacia su pequeña casa en el campo, voltea y todavía alcanza a ver en la distancia a su querido amigo que ahora lleva sobre su lomo a una mujer embarazada y que es jalado por el hombre que se lo compró.

Él no lo sabe pero son José y María, ella tendrá un bebé, al que le pondrán por nombre: Jesús.

Por: Antonio Aceves

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