Se le considera uno de los mayores talentos naturales de la historia del juego-ciencia, si no el mayor, y tengamos en cuenta que este juego ha producido una cantidad considerable de genios.

El hijo de los dioses

“Puedo adivinar en un momento lo que se oculta detrás de las posiciones y qué es lo que puede o va a ocurrir. Otros maestros tienen que hacer análisis para obtener algunos resultados, mientras a mí me bastan unos instantes”.

Decía el Maestro Nacional Pablo Morán que “para Capablanca, el ajedrez era tan fácil como respirar”.
El propio campeón cubano admitió que había aprendido a jugar al ajedrez “antes de aprender a leer” y como decía el Gran Maestro Richard Reti, el ajedrez era como su “lengua materna”.

Se le considera uno de los mayores talentos naturales de la historia del juego-ciencia, si no el mayor, y tengamos en cuenta que este juego ha producido una cantidad considerable de genios.

Él mismo era consciente de lo enorme de su propia capacidad y le confería gran importancia: “el ajedrez, como todas las demás cosas, puede aprenderse hasta un punto y no más allá. Todo lo demás depende de la naturaleza de la persona”.

José Raúl Capablanca y Grupera nació en una fortaleza militar de La Habana, ya que era hijo de un oficial del ejército español: Cuba era aún una provincia española.
A muy corta edad había asombrado a propios y extraños con su increíble capacidad innata para el ajedrez.

Desde muy temprano ya demostró a sus mayores que no sólo había aprendido a mover las piezas observando las partidas que enfrentaban a los adultos —algo que también han hecho otros niños—, sino que su comprensión del juego era anormalmente aguda para su edad.
Un buen día miró a su padre José María jugar contra un amigo y al terminar la partida el pequeño Capablanca le dijo riendo “¡eres un tramposo!”, porque había visto un movimiento incorrecto.

Para sorpresa de su progenitor, el pequeño José Raúl, Pepito, no sólo supo volver a colocar las piezas sobre el tablero, sino que ganó la primera de las partidas que jugaron entre ambos.

Tenía cuatro años.
El oficial, atónito por la revelación de que su hijo podría ser un prodigio, lo llevó al club de ajedrez de La Habana, donde el inusualmente dotado niño se enfrentó a varios jugadores adultos.

Aún se conservan algunas partidas como la que jugó con Ramón Iglesias, un fuerte jugador que le dio al pequeño ventaja de dama —una ventaja importante, sí, pero es que Capablanca tenía ¡cuatro años!—; el niño consiguió ganar y lo que es más importante, pudo poner de manifiesto que entendía los fundamentos de la estrategia.

Durante los años siguientes se convirtió en un jugador aficionado de notable envergadura y a los trece años era oficialmente el mejor ajedrecista de Cuba, venciendo al hasta entonces campeón Juan Corzo por un apretado +4-3=6.

Un logro impresionante para alguien de tan corta edad, algo muy pocas veces visto, como cuando Bobby Fischer se convirtió en campeón de Estados Unidos a los catorce.

Ya era el chico maravilla del Ajedrez.

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EDICIÓN DIGITAL SÁBADO 18 DE MAYO DE 2024

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