Hay partidas en que una pieza determinada parece tener una fuerza sobrenatural por sobre las demás, nunca olvidaré la acción de una torre blanca en una partida.
En esa partida que no olvidaré nunca, la torre dama de mi rival me estaba volviendo loco, le había permitido entrar en la “séptima” columna a cambio de un ataque sobre su enroque corto y la muy desgraciada me estaba comiendo todo.
Primero fueron dos peones, después me tragó mi alfil, y aún quería seguir engullendo.
Mis piezas parecían de azúcar ante el hambre desaforado de esa pieza color café con leche, tuve que concentrarme sobre ella y casi rogué a la diosa Caissa que mi adversario cayera en una celada que le tendí para poder capturarla.
Cuando al fin la tomé y la saqué del tablero, hasta me pareció más pesada que una torre común y corriente, tanta era la impresión que me había causado su voracidad.
La dejé al lado de un plato de comida, con el regocijo interno que nos dan ciertas venganzas y, como si tuviera vida y pudiera escucharme, le dije:
Torre insaciable, sigue comiendo en otro lado, a ver qué encuentras.
Continué la partida y libre de mis temores aún pude ganar al final.
Entre las risas y las bromas propias de cada victoria, mientras acomodaba mis piezas para una próxima pelea, quise terminarme las facturas que creí que quedaban.
Cual no fue mi sorpresa al ver que, al lado de la torre comelona pues, ¡El platito que tenía galletas estaba vacío!
Por: Antonio Aceves