Un pequeño río, poco más que un arroyo, marcaba el límite del poder de los gobernadores de Roma y ninguno podía —más que ilegalmente— adentrarse en Italia con todas sus tropas.
Ese riachuelo se llama el Rubicon y está en el norte de la bota italiana.
Desde ese lugar solo podía ir acompañado con una reducida escolta y debía dejar a sus numerosas tropas en ese sitio.
En un invierno. el ejército romano del gran Cayo Julio César volvía de otra gran campaña exitosa en la frontera del protectorado de las Galias (hoy Francia).
Su intención era postularse al puesto de Cónsul, que ya se había ganado por sus múltiples victorias que habían ampliado a la República.
Mientras terminaba de organizar la estructura administrativa de la nueva provincia que había anexionado a la República, sus enemigos políticos (optimates) comandados por Cneo Pompeyo, trataban en Roma de despojarle de su ejército y cargo utilizando el Senado.
Promovieron acusaciones falsas y exageradas con el fin de ponerlo fuera de la ley, para alejarlo del poder.
A sabiendas de que si entraba en la capital sería juzgado y exiliado, intentó presentarse al consulado “in absentia” (representando por otros), a lo que los optimates se negaron.
Debía de hacerlo en persona por orden del senado.
Este y otros factores le impulsaban a desobedecer las órdenes senatoriales y protagonizar el cruce del pequeño rio, que se haría legendario..
Así durante la noche del 10 al 11 de enero de 49 a. C., Julio César se detuvo ante el Rubicón atormentado por las dudas.
Sus tropas estaban desconcertadas ya que nunca habían visto dudar a su Líder.
Se encerró en su tienda de campaña para meditar por última vez lo que debía hacer.
Vaya dilema que enfrentaba, el desafío más grande de su vida
Ya que cruzarlo significaba cometer un quebranto a las leyes establecidas y convertirse en enemigo acérrimo de la República e iniciar otra guerra civil que desangraria a Roma.
Pero ahora sabía que si llegaba desprotegido a la ciudad de las 7 colinas sería su fin.
Así que César salio de su tienda y dio la orden a sus tropas de cruzarlo, pronunciando en latín la frase «alea iacta est» («la suerte está echada») según Suetonio en su obra Vidas de los doce césares.
De acuerdo con Plutarco (en sus Vidas paralelas), Julio César citó en griego la frase del dramaturgo ateniense Menandro, uno de sus autores preferidos: «ἀνερρίφθω κύβος / anerriphthô kubos», que significa «¡Que empiece el juego!».
Fue el principio de una cruenta y sangrienta guerra civil que al final sería el fin de la antigua y rebasada república romana que cambiaría para siempre la civilización occidental.
Así se escribe la historia.
Por: Antonio Aceves