“Recuerdo que luego de salir del estadio en cuanto llegamos al circuito del Exposition Boulevard de Los Angeles, el canadiense Leblanc se adelantó pero nadie decidió seguirle el paso ya que apenas estábamos comenzando, era obvio que bajaría su ritmo y entonces lo alcanzaríamos sin problemas.
Se cansó y lo alcanzamos en la 2da vuelta a la altura del km 6, desde ahí me fui al frente.
Esa táctica tiene su bueno y su malo, ya que si bien tienes la ventaja de establecer el ritmo por otro lado eres el primero en ser visto por los jueces, quienes de inmediato verifican que no estés “flotando”.
Aunque hacía mucho calor (33 grados) decidí posponer la toma de líquidos, sabía que mi velocidad era la adecuada así que la mantuve por varias vueltas, poco a poco los competidores se fueron quedando y para el km 10 ya sólo quedábamos 8 atletas para disputar las medallas: los italianos, el canadiense, el australiano, el estadounidense, mis dos compañeros y yo…
Como no habían tableros instalados en todo el circuito no sabía cómo iban las amonestaciones de los demás, yo no tenía ninguna lo que me daba confianza para mantener mi ritmo…
En el km 12 el italiano Damilano, Marcelino y yo dimos un acelerón que rompió el grupo.
Sólo aguantaron el otro italiano, el canadiense y Raúl, los demás se quedaron.
Cuando llegamos al km 15 que es cuando en realidad empieza la competencia por las medallas (por eso lo considero mágico), decidí dar otro tirón.
Con toda mi fuerza aceleré el paso y me separé del grupo y me fui sólo para adelante, el único que me pudo seguir fue el italiano Damilano, alcancé a notar que además Raúl también nos persiguió un poco más atrás.
El europeo y yo nos mantuvimos pegados hasta el km 17 y entonces se empezó a quedar, la gente me lo gritó: “ya se tronó, muy bien Ernesto, todo tuyo” alcancé a escuchar, yo no me confié y no quise voltear, seguí viendo para el frente y entonces me concentré en mi braceo y mi forma de poner los pies para no cometer ninguna falta, ya que los jueces me estaban viendo ahora de manera continua.
Los aficionados me acompañaron con sus gritos y vítores hasta que terminé en el circuito y volví hacia el estadio.
Vi la raya azul de entrada al gran recinto y me quedé sólo, de pronto entré en el túnel, seguido por un silencioso camarógrafo de TV y sentí que avanzaba como en cámara lenta.
De pronto salí al resplandor del estadio y una enorme exclamación y aplausos de la gran multitud me recibió…
Casi en seguida escuché mi nombre por los altavoces y luego de nuevo las exclamaciones de júbilo y aplausos de los aficionados mexicanos y latinos presentes, como en un sueño recorrí los últimos metros, me pareció que caminaba sobre el aire.
Me llené de aire fresco y justo antes de cruzar la línea de meta di gracias a Dios por el triunfo que estaba consiguiendo.
En cuanto crucé la línea levanté los brazos y pensé: gracias mamá, te amo, gracias por todo, papa a ti también te quiero, gracias por apoyarme.
El estadio se había vuelto loco con los gritos de México, México, México retumbando por todos lados…
En seguida corrí hasta las tribunas y brinqué hasta los asientos para ir a besar a mi madre que me estaban saludando un poco más arriba.
Las cámaras de TV me siguieron y tomaron justo cuando la abrasé y la besé con todas mis fuerzas, mis demás familiares me abrazaron y desaparecí entre un mar de brazos que me rodearon, luego con una sonrisa volví con una bandera y tomé un sombrero de charro que me dieron.
Con ellos en alto recorrí la cancha hasta encontrarme con Raúl, quien me felicitó y luego me dijo que había llegado en 2do lugar lo que me dio mucho gusto, habíamos logrado el 1-2 y tomábamos justa revancha de lo acontecido 4 años antes.
Luego vinieron la ceremonia de premiación que nunca olvidaré y las entrevistas y reconocimientos al regreso a México, todo lo disfruté.
Mi vida cambió para siempre, ganar una medalla en juegos olímpicos es lo máximo a que puede aspirar cualquier atleta del planeta.
Lo importante es no perder el piso y siempre tener en cuenta que no la gana uno sólo, la mía se la debo a muchas personas, mis padres, mis entrenadores, mis médicos, mis amigos, mis compañeros.
A ellos también les pertenece esta medalla de Oro.
Por supuesto también es de ustedes amables lectores y paisanos míos, es dedicada a su esfuerzo diario para que mantengan la fe y a pesar de lo que pasen siempre se levanten, no se desanimen y sigan adelante.
El que persevera alcanza, decía mi abuelo, les puedo confirmar que es cierto porque así fue como logré triunfar, un abrazo para todos”.
Por: Antonio Aceves