La versión de la familia Uruchurtu contada por un sobrino nieto, dice que la noche del hundimiento del gran barco, don Manuel fue subido al bote salvavidas número 11 gracias a su estatus de diputado…

Un caballero mexicano en el Titanic

Don Manuel Uruchurtu Rodríguez nació en Hermosillo, fue miembro de una familia acomodada de la oligarquía porfiriana (hijo del capitán Mateo Uruchurtu Díaz y Mercedes Ramírez Estrella) luego de una infancia y adolescencia tranquila, el joven Uruchurtu viajó a la Ciudad de México para estudiar abogacía.

Al terminar sus estudios contrajo matrimonio con una compañera de estudios, la aristócrata Gertrudis Caraza y Landero, con quien tuvo siete hijos.

Él y su familia se establecieron en la capital mexicana.

Su amistad con el prominente porfirista y miembro del grupo de los “científicos” Ramón Corral, quien también fue gobernador de Sonora,  le abrió las puertas a la vida política nacional.

Sus estrechos lazos con el entonces presidente lo obligaron, a la caída del régimen y destierro de Porfirio Díaz en 1911, a abandonar el país y refugiarse en Europa, su esposa e hijos se quedaron en Xalapa con unos familiares.

En 1912 visitó en Francia a su amigo y padrino político, el también desterrado Ramón Corral.

El 1 de marzo de ese año se efectuó el encuentro entre Uruchurtu y Corral. Cumplido su cometido, el sonorense adquirió su boleto para viajar el 10 de abril en el trasatlántico París, de Cherburgo (Francia) al puerto de Veracruz (México).

A finales de marzo o principios de abril de ese año Uruchurtu, hospedado en la capital francesa, recibió la visita de Guillermo Obregón, yerno de Ramón Corral y presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados del nuevo gobierno del presidente Francisco Madero.

Obregón había pagado un poco más de 27 £ por un boleto de primera clase que le permitiría navegar en el lujoso trasatlántico RMS Titanic en su viaje inaugural, pero por motivos personales había cambiado de parecer y deseaba intercambiar boletos, a lo que Uruchurtu accedió sellando así su suerte; Guillermo Obregón viajaría en el París y Uruchurtu en el Titanic con el boleto No. P-C-17601.

El 8 de abril Uruchurtu fue invitado a una fiesta con los exiliados leales a Porfirio Díaz y el 10 del mismo mes envió a su madre, en Hermosillo, una postal diciéndole que la foto incluida se trataba ni más ni menos que del barco en el que viajaría, que llegando a México la visitaría en Hermosillo para platicarle todo acerca del viaje en el famoso barco.

Ese mismo día, en Cherburgo, él abordó el Titanic junto con 273 pasajeros más.

La versión de la familia Uruchurtu contada por un sobrino nieto, dice que la noche del hundimiento del gran barco, don Manuel fue subido al bote salvavidas número 11 gracias a su estatus de diputado en visita oficial (así estaba registrado Obregón).

Una vez a bordo, observó a una dama inglesa que viajaba en segunda clase y cargaba a su pequeño hijo, de nombre Elizabeth Ramell-Nye (29 años), quien suplicaba ser incluida en el bote salvavidas, alegando que su esposo la estaba esperando en Nueva York.

Los oficiales se negaron a dejarla subir al bote ya que estaba a su máxima capacidad y pondría en peligro la estabilidad de éste.

Uruchurtu abandonó el bote salvavidas y cedió su lugar a la dama pidiéndole que en caso de que muriera visitara a su esposa y familia en México (Hermosillo y Xalapa) para hacerles saber sobre sus últimos minutos en vida.

La señora Nye salvó su vida al ser rescatada; no así don Manuel quien falleció en el hundimiento del Titanic, su cuerpo nunca fue hallado.

Sin embargo tiempo después la cancillería mexicana descubrió que Elizabeth Ramell-Nye había mentido, ya que no estaba casada ni tenía hijo alguno, lo que consta en un acta administrativa guardada y conservada en el archivo general de la nación.

No obstante, la mujer cumplió su promesa y en 1916 viajó a Xalapa, Veracruz, a investigar el paradero de la viuda de Uruchurtu y así contarle la supuesta buena historia de los últimos momentos de su marido, en realidad sus motivos fueron económicos, ya que tenía pendiente cobrar un seguro de vida siempre y cuando ella consiguiera una referencia comprobable de su estancia en el Titanic de un pasajero (o familiar de él) que hubiese viajado con ella, hasta la fecha no se sabe si logró su objetivo…

El 24 de agosto de 2012, la periodista Guadalupe Loaeza, autora del libro El caballero del Titanic, que escribió y publicó con motivo del centenario del hundimiento, narró los sucesos antes descritos, Loaeza ha confirmado públicamente que no existe prueba documental alguna sobre la anécdota que narró la mujer extranjera, solo existe la prueba oral de la familia Uruchurtu.

Como ven este no es un final feliz, sino enredado y algo penoso, también difícil de creer pero fácil de entender cuando se mezcla con intereses particulares mezquinos de los seres humanos involucrados.

Por supuesto habemos muchos que preferimos la versión de la familia Uruchurtu, como dijo la mismísima escritora Loaeza, es una historia romántica perfecta de un caballero… mexicano.

Por: Antonio Aceves

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